lunes, 16 de junio de 2008

Imperfecto imitador


Ella es el partido retoma las bases de la screwball comedy clásica, en una copia llena de buenas intenciones que se olvida sin embargo de las mayores virtudes de este género.

A grandes rasgos existen tres maneras de enfocar una película para cualquier director: una basada en la novedad a partir de nuevas estructuras que suelen sorprender por su frescura y su originalidad, otra que bebe de sus antecesoras para aportar un nuevo punto de vista sobre un tema o género, y la que directamente no duda en imitar algo que ya se ha realizado, en este caso en un buen intento nostálgico de sacar algo de brillo a un género que hace años duerme bajo montañas de polvo. La última película de George Clooney tras las cámaras, no sólo intenta realizar un tipo de cine que requiere mucha más astucia verbal y mejores situaciones que las planteadas, (véase Howard Hawks, Ernst Lubitsch, George Cukor o Billy Wilder) sino que se mueve en un terreno dónde no queda claro si la película es una comedia romántica pura, o sin embargo una película con la intención de narrar los inicios del fútbol americano tras la primera guerra mundial. En cualquiera de los casos, la mezcla de ambas tramas hace que finalmente ninguna resulte interesante, o que cuando una adquiere interés se vea salpicada constantemente por la otra.


No cabe duda que George Clooney siente cierto interés por las películas con un toque histórico. Al igual que en Confesiones de una mente peligrosa y Buenas noches, buena suerte, en Ella es el partido está cuidado al máximo cualquier elemento de su puesta en escena. La película destaca por sus trajes de época, su logrado ambiente de posguerra, una fotografía cálida claramente envejecida, unos créditos tanto de inicio, como al final basados en fotografías de época y un jazz que quizá sea la parte más interesante y acertada del film. Por no hablar del detalle de la Universal, que utiliza su primer logotipo, aquel que usara en los años 30 para sus films de terror. En definitiva, destaca en todo lo que lo que debería pasar desapercibido cuando la historia que se cuenta es relevante. Pero toda esta puesta en escena, que recuerda demasiado a la estética de O`brother, dónde (¡vaya coincidencia!) Clooney trabajó como actor, tan sólo sirve de envoltorio para un relato que extraña enormemente el subtexto en sus diálogos, que añora mayor riqueza narrativa tras la cámara y que abusa sin disimulo de las secuencias de montaje, para suplir sus diversas carencias temporales. Es el problema que tienen las imitaciones (véase también El buen alemán), que una vez asumido el riesgo de hacerse pasar por algo que no se es, hay que saber engañar a quién ve la imitación. En caso contrario, el espectador descubrirá al fantástico actor que se esconde tras la imitación, y se fijará más en las múltiples costuras del títere sobre el escenario, que en la representación que lleva a cabo el imperfecto imitador.

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