miércoles, 3 de octubre de 2007

Vida más allá del montaje

En los últimos días varias personas me preguntan si “Salomón” está acabado. Técnicamente sí es mi respuesta en la mayor parte de los casos. Pero tan sólo técnicamente. En la última semana, me he dado cuenta, que la mayor parte de los mortales desconocen el largo proceso que se esconde tras el último visto bueno al montaje de un producto audiovisual de ficción, en este caso, tras el montaje de un cortometraje. Cuando digo la mayor parte de los mortales excluyo por tanto a cinéfilos, amantes del cine en particular, o del audiovisual en general, personas que trabajan en el oficio y por supuesto freaks de lo técnico, de la informática y de los procesos de post-producción. Curiosa palabreja esa, que nos hemos inventado, para acuñar todas las labores que se llevan a cabo tras la producción. ¿Qué se hace en la post-producción?

En los inicios del cine, y durante unas cuantas décadas, la post-producción se reducía a colocar ínter títulos entre las imágenes (en tiempos del sonoro) y a añadir una banda sonora que acompañara las imágenes. Una vez llegó el sonoro, además los grandes estudios se preocuparían de que el oído no engañara a la vista, o lo que es lo mismo, que hubiera una concordancia entre lo que se ve y lo que se escucha. Un claro ejemplo de este cambio, está en una de mis películas favoritas, Cantando bajo la lluvia. Surgiría así el doblaje, los efectos sonoros, la música incorporada, etc.

De la imagen ya mejor no hablo, porque desde Meliès se ha trucado la imagen en la post-producción, alterando así su impresión nativa sobre el celuloide. ¿Qué ha cambiado pues entre estos inicios y los tiempos contemporáneos? La informática. La llegada de los ordenadores y de la revolución digital. La posibilidad de crear películas con un ratón, un teclado, la imaginación de sus creadores y habilidosas herramientas puestas al servicio de las mentes turbulentas de quienes pretenden contar historias. Y así llegaron películas como Final Fantasy, íntegramente creadas a partir de programas de ordenador.

A pequeña escala y con grandes diferencias a la industria Pixar por poner un ejemplo, la informática es algo que está al alcance de quienes comenzamos en esto del audiovisual. Yo no soy muy amigo de ella, digamos que nunca me he llevado excesivamente bien con las máquinas, pero reconozco que su trabajo, puesto al servicio de quienes dominan los programas de ordenador, supone una verdadera chistera, de la cual nunca sabes hasta que punto el truco puede llegar a ser excesivamente bueno. Es ahí, dónde la post-producción se alarga y alarga, hasta acabar desquiciando (placenteramente) a directores, productores, etc. Es decir, el producto mejora, pero eso lleva tiempo y por tanto dinero. Desde borrar un simple micro que se ha colado en un plano que deseas añadir en montaje, hasta crear universos que no existían a partir de pantallas de croma, cambiar todos los colores que desees, mezclar sonidos hasta crear ambientes casi perfectos, etc.

Haciendo uso del nuevo término adoptado esta semana pasada por la Real Academia de la Lengua yo flipo. Flipo porque para ser un buen director en este siglo ayuda mucho conocer los procesos que existen en la post-producción para sacarles el mayor rendimiento, y aprovechar así todos los recursos que ofrece, que ayuden a mejorar la historia que quieres contar. Se convierte en algo casi imprescindible para dirigir hoy en día (no entro a valorar si es positivo o negativo). Y también flipo, porque muchas veces se tienen demasiado en cuenta estos recursos. Y la historia en multitud de ocasiones se diluye, se pierde entre tanto alarde técnico, tanta competencia por conseguir el color más puro, o el sonido más aterrador en post-producción, o el decorado en 3D más fascinante ¿Ayuda la post-producción a mejorar tu producto? Sí, mucho. ¿Es lenta? Sí, mucho. ¿Es necesaria? Sí, por supuesto. ¿Se puede realizar una buena película que llegue a emocionar al espectador sin hacer un uso excesivo de los elementos dispuestos por la informática en este proceso? Desde mi punto de vista indudablemente.

Es por eso, que cuando alguien me pregunta si “Salomón” está acabado, yo interiormente pienso que sí y siento que sí, no al cien por cien, porque le falta por supuesto la banda sonora, y esa es una parte creativa de vital importancia en el cine, que puede levantar una escena que este muerta, o intensificar una que sin música, simplemente se quedaría en una escena más. Pero contesto que técnicamente sí, porque sé que queda un largo camino por recorrer, que evidentemente dejo en manos de los que lo conocen. Aquí llega el punto, en el que como director, simplemente te dedicas a supervisar los procesos que se van dando de manera paralela (retoques de color, post-producción de audio, etc). Un tramite necesario, que ayuda notablemente a que el producto final sea creíble, y a mejorar el corto. Una parte del proceso de hacer cine que ha pasado de convertirse en habitual, a convertirse en imprescindible. Una parte que reconozco es más que útil para mejorar lo que ya está rodado y montado, pero a la que no le profeso mucho amor, o por la que no me siento excesivamente atraído. Lo cual no quita, que luego sea el más puntilloso a la hora de comentar que tal sonido está demasiado alto, o que tal color amarillo está demasiado saturado. Rara es la película en la que más de un 80 o 90 por cien de sus planos no están retocados en mayor o menor medida por ordenador. Bien mirado entonces, y sabiendo la importancia de las máquinas en esta parte del proceso, quizá deba cambiar mi respuesta y decir que “Salomón” técnicamente no está acabado, aunque en realidad sí esté finalizado.