sábado, 2 de junio de 2012

Luces y sombras



Ayer echó el cierre por quinto año consecutivo el Cineclub Overlook de la Facultad de Comunicación de la Universidad San Jorge. Los que por allí pasan de vez en cuando, saben de sobra qué significa el mismo: un espacio donde compartir y reflexionar. Principalmente. Y ya de paso, donde ver buen cine. De momento se han proyectado ya 265 películas, con procedencia de 22 países diferentes. Por el Aula Magna de la Facultad han pasado pelis de los cinco continentes, con un gran y lógico predominio de cine estadounidense (152 películas), seguido por Francia (52 películas). Este año se ha creado la sección “Un certain regard”, en la que los jueves solo se proyecta cine galo. De esta forma, Overlook se sigue reinventando y recompensando a los pocos fieles que forman su parroquia. 

Durante este curso ha habido, que yo recuerde, al menos tres maratones de cine. El ya habitual dedicado al cine de terror en Halloween (tres años consecutivos), uno dedicado a El Señor de los Anillos, con motivo de las Jornadas destinadas a los diez años de su estreno en los cines, y otro dedicado a la trilogía Regreso al futuro, que hizo las delicias de los pocos que lo disfrutamos. Además,  también se ha dedicado un ciclo a Antoine Doinel y se ha proyectado la película número 200 en HD (El bueno, el feo y el malo). En total han sido 75 películas. Durante este curso, por la pantalla del cineclub han pasado, entre otros muchos, Dreyer, Leone, Peckinpah, Hitchcock, Melville, Preminger, Griffith, Rhomer, Bresson, Anthony Mann, Resnais, Buster Keaton, Chaplin, Fritz Lang y Sjöström. También Spielberg, Sam Mendes, los Coen, Eastwood, Patrice Leconte, John Carpenter, Sorrentino, Paul Thomas Anderson, Cronemberg, Alexander Payne, Linklater, De Palma o Kaurismäki. Sin distinción de épocas, sin restricción de temáticas o directores. Un lujo. Un privilegio. Basta con volver a leer todos estos nombres. 

Lo cierto es que a lo largo del año, muchas veces, las butacas se ven solitarias, impasibles, impertérritas, iluminadas tan solo por el reflejo de la pantalla. Sin embargo, pesan mucho más los buenos momentos que se viven allí, para que J.B, principal responsable de Overlook, mantenga este espacio imprescindible y necesario. El cineclub vive de quienes los mantienen con vida. De los que siguen creyendo en él. Siempre he pensado (no sé si de forma equivocada o no) que  el cineclub, no son tanto sus películas, sino las selectas personas que deciden ingresar en él.  Sí, ingresar. Al fin y al cabo, es un club.  Y en el club se ingresa, cruzando el umbral que separa el exterior del interior del mismo. Los clubs exigen su propia selección, que a la postre, siempre termina siendo natural, voluntaria y por supuesto, muy selecta. 

Los asistentes al cineclub son (somos, si se me permite) una especie en peligro de extinción. Los que prefieren compartir las películas que de una u otra forma les han marcado, los que prefieren verlas envueltos en la oscuridad que rodea a la gran pantalla (que aunque en video, sigue existiendo), los que prefieren exponer sus ideas y contrastarlas con sus compañeros, los que prefieren presentar con rigor la película que quieren compartir, los que quieren seguir descubriendo, los que están dispuestos a asombrarse o a sorprenderse de nuevo, los que luchan contra la pereza, los que le plantan cara a los tiempos contrarreloj en los que nos ha tocado vivir...los que, en definitiva, son conocedores de su propia extinción. No hay que engañarse, ni alarmarse. Vivimos en el tiempo de la comodidad, los soportes digitales, el cine en casa, en el autobús, en el metro, en internet, en las  gafas de sol. Estamos a un paso de la imagen implantada mediante neurociencia en nuestro cerebro.  Quien quiere ver cine, puede ver cine. Y en la actualidad, puede verlo en infinidad de lugares. Quien quiere escribir sobre cine, puede escribir sobre cine. Sin embargo,  quien quiere conversar sobre cine (y hablar de cine, es en su esencia hablar sobre nuestra propia naturaleza, no lo olvidemos), necesita al menos un interlocutor.  De lo contrario, uno no dialoga, uno establece un monólogo. Y el monólogo, siempre lo he pensado, es el primer paso para alejarse de la verdad. 

Se pierde el arte de la dialéctica. Se pierde porque la sociedad nos invita a alejarnos de la verdad. Se pierde, porque el tiempo nos invita a consumir y a vomitar.  A regurgitar las imágenes devoradas con ansia para producirnos úlceras mentales. Nos invita a ser cinéfagos, que no cinéfilos. Nos invita a ver, que no a observar. Quizá esa sea la gran enfermedad de nuestro tiempo: el empacho. En el sentido más amplio de todas sus acepciones.  El cine se pierde. El cine, como lo hemos entendido hasta ahora, camina hacia un lugar desconocido, se diluye, como esas lágrimas que suelen perderse entre donde ustedes ya saben. Quizás, el cine, ya ni siquiera camine. Habrá incluso quien crea que el cine ha muerto. Cuando me invade el existencialismo más absoluto, ni siquiera puedo pensar en la muerte del cine. Me resulta demasiado fugaz. Más bien en su estado decrepito y putrefacto. Veo al cine como ese gran zombie, que sin ser consciente de su propia podredumbre, camina hacia una vida (muerte más bien) condenada a la infección eterna. 

Sin embargo, dejando el existencialismo a un lado, algo me sigue diciendo que hay luz en el cine. Porque el cine son sombras. Y la sombra es vida. El cine, en su esencia más pura, es una sombra. Y donde hay sombra, hay luz. Perpetua dualidad.  Y todo, absolutamente todo nuestro ser, es dual. Desde la más certera convicción de que nos regimos por dos hemisferios enfrentados y unidos para ser lo que somos. Una dualidad en la que vernos reflejados.  Una sombra que nos remite a la luz, una luz, que nos invita a buscar la verdad, como decía Platón. Pero la luz no es eterna. Está adscrita a sus propios límites. Está en peligro de extinción. Schopenhauer así nos lo advirtió: “Toda luz puede extinguirse. La inteligencia es luz. La inteligencia puede extinguirse”. Luchar para que eso no suceda y hacerlo siempre desde la sombra. Larga y próspera vida al Cineclub Overlook. 

Foto: “Les amants réguliers”. Última proyección de Cineclub Overlook este curso 2011/2012.

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