Ayer echó el cierre por quinto año consecutivo el Cineclub Overlook de la
Facultad de Comunicación de la Universidad San Jorge. Los que por allí pasan de
vez en cuando, saben de sobra qué significa el mismo: un espacio donde
compartir y reflexionar. Principalmente. Y ya de paso, donde ver buen cine. De momento se
han proyectado ya 265 películas, con procedencia de 22 países diferentes. Por
el Aula Magna de la Facultad han pasado pelis de los cinco continentes, con un gran y lógico
predominio de cine estadounidense (152 películas), seguido por Francia (52
películas). Este año se ha creado la sección “Un certain regard”, en la que los
jueves solo se proyecta cine galo. De esta forma, Overlook se sigue reinventando
y recompensando a los pocos fieles que forman su parroquia.
Durante este curso ha habido, que yo recuerde, al menos tres maratones de cine. El ya
habitual dedicado al cine de terror en Halloween (tres años consecutivos), uno
dedicado a El Señor de los Anillos, con motivo de las Jornadas destinadas a los
diez años de su estreno en los cines, y otro dedicado a la trilogía Regreso al futuro, que
hizo las delicias de los pocos que lo disfrutamos. Además, también se ha dedicado un ciclo a
Antoine Doinel y se ha proyectado la película número 200 en HD (El bueno, el feo y
el malo). En total han sido 75 películas. Durante este curso, por
la pantalla del cineclub han pasado, entre otros muchos, Dreyer, Leone, Peckinpah,
Hitchcock, Melville, Preminger, Griffith, Rhomer, Bresson, Anthony Mann,
Resnais, Buster Keaton, Chaplin, Fritz Lang y Sjöström. También Spielberg, Sam
Mendes, los Coen, Eastwood, Patrice Leconte, John Carpenter, Sorrentino, Paul
Thomas Anderson, Cronemberg, Alexander Payne, Linklater, De Palma o Kaurismäki.
Sin distinción de épocas, sin restricción de temáticas o directores. Un lujo.
Un privilegio. Basta con volver a leer todos estos nombres.
Lo cierto es que a lo largo del año, muchas veces, las butacas se ven
solitarias, impasibles, impertérritas, iluminadas tan solo por el reflejo de la
pantalla. Sin embargo, pesan mucho más los buenos momentos que se viven allí, para que J.B, principal responsable de Overlook, mantenga este
espacio imprescindible y necesario. El cineclub vive de quienes los mantienen
con vida. De los que siguen creyendo en él. Siempre he pensado (no sé si de forma equivocada o no) que el cineclub, no son tanto sus películas, sino
las selectas personas que deciden ingresar en él. Sí, ingresar. Al fin y al cabo, es un club. Y en el club se ingresa, cruzando el umbral
que separa el exterior del interior del mismo. Los clubs exigen su propia
selección, que a la postre, siempre termina siendo natural, voluntaria y por
supuesto, muy selecta.
Los asistentes al cineclub son (somos, si se me permite) una especie en
peligro de extinción. Los que prefieren compartir las películas que de una u
otra forma les han marcado, los que prefieren verlas envueltos en la oscuridad
que rodea a la gran pantalla (que aunque en video, sigue existiendo), los que
prefieren exponer sus ideas y contrastarlas con sus compañeros, los que
prefieren presentar con rigor la película que quieren compartir, los que
quieren seguir descubriendo, los que están dispuestos a asombrarse o a
sorprenderse de nuevo, los que luchan contra la pereza, los que le plantan cara
a los tiempos contrarreloj en los que
nos ha tocado vivir...los que, en definitiva, son conocedores de su propia
extinción. No hay que engañarse, ni alarmarse. Vivimos en el tiempo de la
comodidad, los soportes digitales, el cine en casa, en el autobús, en el metro,
en internet, en las gafas de sol. Estamos
a un paso de la imagen implantada mediante neurociencia en nuestro cerebro. Quien quiere ver cine, puede ver cine. Y en la
actualidad, puede verlo en infinidad de lugares. Quien quiere escribir sobre
cine, puede escribir sobre cine. Sin embargo, quien quiere conversar sobre cine (y hablar de
cine, es en su esencia hablar sobre nuestra propia naturaleza, no lo
olvidemos), necesita al menos un interlocutor. De lo contrario, uno no dialoga, uno establece
un monólogo. Y el monólogo, siempre lo he pensado, es el primer paso para
alejarse de la verdad.
Se pierde el arte de la dialéctica. Se pierde porque la sociedad nos invita
a alejarnos de la verdad. Se pierde, porque el tiempo nos invita a consumir y a
vomitar. A regurgitar las imágenes
devoradas con ansia para producirnos úlceras mentales. Nos invita a ser
cinéfagos, que no cinéfilos. Nos invita a ver, que no a observar. Quizá esa sea
la gran enfermedad de nuestro tiempo: el empacho. En el sentido más amplio de
todas sus acepciones. El cine se pierde.
El cine, como lo hemos entendido hasta ahora, camina hacia un lugar desconocido,
se diluye, como esas lágrimas que suelen perderse entre donde ustedes ya saben.
Quizás, el cine, ya ni siquiera camine. Habrá incluso quien crea que el cine ha
muerto. Cuando me invade el existencialismo más absoluto, ni siquiera puedo
pensar en la muerte del cine. Me resulta demasiado fugaz. Más bien en su estado
decrepito y putrefacto. Veo al cine como ese gran zombie, que sin ser
consciente de su propia podredumbre, camina hacia una vida (muerte más bien) condenada
a la infección eterna.
Sin embargo, dejando el existencialismo a un lado, algo me sigue diciendo
que hay luz en el cine. Porque el cine son sombras. Y la sombra es vida. El
cine, en su esencia más pura, es una sombra. Y donde hay sombra, hay luz. Perpetua
dualidad. Y todo, absolutamente todo
nuestro ser, es dual. Desde la más certera convicción de que nos regimos por
dos hemisferios enfrentados y unidos para ser lo que somos. Una dualidad en la
que vernos reflejados. Una sombra que
nos remite a la luz, una luz, que nos invita a buscar la verdad, como decía
Platón. Pero la luz no es eterna. Está adscrita a sus propios límites. Está en
peligro de extinción. Schopenhauer así nos lo advirtió: “Toda luz puede
extinguirse. La inteligencia es luz. La inteligencia puede extinguirse”. Luchar
para que eso no suceda y hacerlo siempre desde la sombra. Larga y próspera vida al Cineclub
Overlook.
Foto: “Les amants réguliers”. Última proyección de Cineclub Overlook este
curso 2011/2012.
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