viernes, 28 de enero de 2011

Un acto de fe


Bergman decía que la intuición consiste en lanzar un dardo a la oscuridad para después ir a recogerlo sin saber hacia dónde te diriges. Al resto del viaje, al resto del proceso, podríamos, sencillamente, llamarlo “un acto de fe”. Una amiga me comentaba el otro día que realizar cortometrajes no deja de ser un acto de fe para quien pretende hacerlos. Quizá un acto de fe algo caro (si lo comparamos con la pintura o la música, disciplinas artísticas mucho más espontáneas y asequibles), pero igualmente irracional. No creo que exista plena racionalidad en quien decide hacer cine. Sin embargo sí que existe mucha intuición, y en gran medida, enormes dosis de fe.

Para crear hay que creer. Para creer hay que tener fe. Y la fe, como el amor, como el odio, como casi todo lo que cuesta explicar racionalmente, es un acto insensato que pertenece al terreno de lo desconocido. ¿Dónde se genera la fe? ¿De dónde parte ese empuje tan necesario para afrontar un proceso creativo que resulta tan agotador? El cine es algo hermoso cuando está terminado, pero también una disciplina que te consume poco a poco, y que requiere grandes dosis de energía para afrontar el largo camino de su creación. Años para una película. Meses para un cortometraje. A veces me pregunto qué sentirán esas ancianitas mayores, que semana tras semana, acuden a la iglesia, se arrodillan, se levantan, y dejan deslizar entre sus dedos las pequeñas bolitas que marcan el tiempo de sus rosarios. ¿Cómo puede ser que durante tantos años sigan el mismo ritual? ¿Qué les empuja a emocionarse cuando escuchan el Salve María? ¿Por qué se agarran firmemente a la estampita de su santo en los momentos de crisis? ¿Por qué se santiguan cuando de reojo se suben a un autobús? Quizá no encuentre nunca una respuesta acertada o concreta para responder a estas preguntas. Como probablemente no la encuentre para explicar por qué alguien, de repente, decide sacrificar gran parte de lo que tiene, para hacer equilibrios sobre una cuerda de la que es fácil caerse. ¿Realiza uno cortos porque algún día desea hacer largos? Pues sí y no. Aunque casi siempre esa lectura me resulta demasiado horizontal, y algo sesgada. ¿Hace uno cortos porque le entretiene y le divierte hacer cine? Pues sí y no. Creo que existen entretenimientos mucho más asequibles, menos costosos, y quizá hasta más gratificantes. ¿Por el amor al cine, como les sucedía a los franceses de la nouvelle vague? Quizá esté más de acuerdo con ese motivo, aunque no sólo creo que el amor le lleve a uno a embarcarse en el proceso de creación cinematográfica. ¿Por qué entonces uno decide embarcarse en proyectos que ni siquiera sabe si va a poder terminar? ¿Qué impulso irracional motiva y mueve a esas piernas a que caminen sobre espinas, sobre brasas, y sobre un vacío que a veces incluso da miedo? ¿Por qué uno arriesga tanto? ¿Qué hay más allá? ¿Pasión por el cine? ¿Amor a lo que algunos consideran arte? Quizá sólo sea fe. Ni siquiera fe en un mismo, que tan necesaria resulta en este oficio. Fe en la propia creación. Fe en al acto y también en el proceso. Fe en cada uno de los detalles que se intentan cuidar. Fe en cada una de las variables que pueden influir en la búsqueda del dardo.

La fe lo soporta todo. Las inclemencias temporales y emocionales, los problemas y los hallazgos, las horas interminables en un tren soñando con que al final del camino el proyector reproduzca todos los frames que has rodado, los días sin dormir repasando cada una de las letras del guión, los planos que nunca llegaron a rodarse, los amigos que se perdieron por el camino, los que se encontraron, los abrazos al final de un rodaje, los aplausos del montador tras el corte final, la mirada de un actor pidiendo ayuda, las largas horas de los productores pegados al teléfono, el silencio de tu equipo esperando una indicación, el bullicio de un estreno…La fe es la que a muchos nos sigue haciendo creer que hacer cine merece pena, que rodar no sólo es un acto aislado y puntual, sino una manera de entenderse a uno mismo y también de comprender mejor el mundo que nos rodea. La fe acompaña, y a veces también ahoga. La fe le permite a uno hacer cine…siempre y cuando esté dispuesto a sufrir, o a perderse en la oscuridad mientras busca su dardo. La fe lo es todo para hacer cine, y sin ella, resulta casi imposible seguir adelante. Gracias a los que alentasteis la mía durante todos estos meses.

4 comentarios:

Eo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ignacio Estaregui dijo...

Creo que simplemente estás en la fase de delirium tremens. Pero tranquilo Nacho que todo se acerca a su fin... 11022011.

Abrazo!

Vanessa dijo...

¿Delirium tremens? No sabía que los realizadores también pasarais por esa fase… Espero que no sea nada preocupante ;) De cualquier manera, me ha parecido una forma preciosa de explicar ese último motivo que lleva a cualquier persona a intentar algo. Y sobre todo esto, lo que yo te puedo asegurar por mi parte es que he aprendido mucho este tiempo gracias a tu acto de fe y me ha encantado seguir su proceso desde esta pequeña ventanita. Así que gracias por haber compartido con nosotros la búsqueda de ese dardo.

¡Mucha suerte en el estreno!

Nacho dijo...

Tremens, tremens...jeje. La fecha es para hacerse una camiseta con ella, jaja.

Vanessa, gracias por seguir estas entradas en las que se ha intentado explicar parte de este largo proceso. Me alegro de que hayan sido de utilidad.

¡Os veo en el estreno si podéis pasaros!

Saludos.