Rebobine, por favor: el extravagante homenaje de Michael Gondry al séptimo arte
Cuando acaba de finalizar la batalla entre la implantación del Blue Ray y el HD-DVD, Michael Gondry, malabarista de la imagen, decide realizar una película sobre el propio medio en clave de comedia fantástica usando el VHS como elemento nostálgico al que adorar. El que haya seguido la trayectoria de Gondry en películas como Olvídate de mí o La ciencia del sueño ya puede imaginar que este homenaje poco iba a tener que ver con algunas de las grandes películas que han homenajeado al cine como La noche americana o Cinema Paradiso. Aunque sí es cierto, que a lo largo del film encontramos varios elementos comunes a estas obras maestras dentro de su temática, que nos recuerdan que el cine, por encima de cualquier formato, ya sea VHS, DVD, BETACAM o 35 mm sigue siendo un arte asombroso, colectivo, que requiere de mucha tenacidad y creatividad, y cuya magia final al ver proyectados los fotogramas rodados nos sigue fascinando, igual que fascinó a los privilegiados que asistieron aquel 28 de diciembre de 1895 al Gran Café de Paris. En una escena final memorable, no exenta de cierto sentimentalismo, Gondry resume a la perfección todas estas premisas con una maestría y una solvencia propias de los grandes maestros, que por desgracia no está presente en el resto de metraje de Rebobine, por favor.
¿Significa esto que la película carece de interés? Ni mucho menos. En ella se encuentran algunas de las delicias visuales propias de este director, bregado en videoclips y anuncios televisivos, como la escena en la que nos muestra en un falso plano secuencia como la disparatada pareja que protagoniza la película, realiza remakes en video de películas con más ilusión que talento, lo cual hará que por identificación, el espectador disfrute, se ría y reconozca fácilmente escenas completas de Los Cazafantasmas, Robocop o 2001 Odisea en el espacio entre otras. O una escena verdaderamente nostálgica, en la que una apisonadora aplasta un montón de VHS desterrados al olvido por la implantación del DVD. O lo que es lo mismo, varios momentos deslumbrantes, graciosos y visualmente sorprendentes, desprovistos de una historia clara que rija los acontecimientos y que resumida aquí, dentro de su falta de verosimilitud e incoherencia, parecería más un esperpento que una película. Es por eso, que pese a la grandeza que parece albergar la segunda parte del film, donde Gondry demuestra, que como Fincher, Tarantino o Spike Jonze es sin duda uno de los directores estadounidenses más sorprendentes de la era criada al calor del videoclub, el resto de la película extraña un guión que imprima profundidad a lo que Gondry quiere contar y que hubiera conseguido que Rebobine, por favor fuera algo más que una reflexión personal y nostálgica de un tiempo cinematográfico que ya se fue.
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