jueves, 2 de agosto de 2012

La maleta al fondo del armario



Las maletas son los cajones olvidados de nuestra memoria. Álbumes cargados de fotografías reveladas, que sin remedio, han envejecido en el fondo del armario. Cuando sacamos nuestra maleta del ropero, nos sentimos como ese bibliotecario que rescata un viejo ejemplar de la estantería, olvidado por el paso del tiempo y lleno de polvo en sus solapas. De un fuerte soplido, el bibliotecario sacude las motas que durante años se han postrado plácidas sobre el título y sonríe como quien se encuentra con un amigo al que hace años que no ve. Quien abre de nuevo su maleta, sacude de un plumazo un montón de recuerdos que se desparraman alborotados por el suelo. 

Mientras se descorcha con mimo la cremallera para abrirla de nuevo, aquella música exótica vuelve a nuestros oídos. El susurro de aquellos versos vuelve a acariciarnos la oreja. El punteado suave de la guitarra y el sonido de los timbales tribales se cuelan con disimulo como una voz lejana. Sin darnos cuenta, los rayos del sol se vuelven a filtrar en su interior sometido durante una eternidad a la oscuridad más profunda. Cada rayo ilumina un recuerdo colgado con imperdibles de la pared. Y así, volvemos a vivir en cuestión de segundos todo lo que habíamos guardado con recelo en ese rincón tan especial la última vez que la cerramos. El aroma a salitre y a hierba fresca, guardado en el interior como el frasco más preciado de un  druida, invade nuestra habitación y nos traslada hasta las olas del mar enterrando nuestros pies en la arena, hasta aquella siesta en medio de la campiña, hasta aquella noche transitada entre las mejores viandas, hasta el eco de las risas de aquellos desconocidos encontrados en el camino a los que ahora llamamos amigos,  hasta la lágrima derramada en el  instante en el que volvimos a colocar la maleta en el fondo del armario. Ahí la hemos arrinconado durante semanas, meses, puede que años. Escondida, silenciosa e impertérrita. Ella ha aguardado con paciencia la hora de volver a desempolvar todos aquellos momentos que ahora parecen tan lejanos y que, sin embargo, siguen tan vivos entre sus paredes.

Quizá eso sea lo mejor de tener una maleta en el fondo del armario. Que uno sabe que tarde o temprano volverá a empuñar con fuerza su asa para dejarse embriagar por todo lo que vivió y por todo lo que le queda por vivir. Y en cada nueva aventura, uno viaja mucho más ligero de equipaje, sabedor que el último viaje le recordó que la maleta no se llena cuando uno parte, sino cuando uno regresa. Sabedor que en sus paredes todavía hay hueco para nuevos recuerdos. El viaje continúa y la maleta, fiel compañera, está ahí dispuesta a almacenar de nuevo todo lo que guardamos en nuestra memoria. Justo al fondo del armario.

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