lunes, 4 de febrero de 2008

DEMOLEDORA

4 meses, 3 semanas y 2 días invita a la reflexión en las dos horas realistas más demoledoras de los últimos años.
Pocas películas son capaces de moverse en un terreno tan realista con la soltura, la sinceridad y la sencillez en la puesta en escena como lo hace esta película de producción rumana. Menos aún son los títulos que se puedan recordar en los últimos años en los que la historia premie de manera clara por encima de cualquier aspecto narrativo de la realización. En 4 meses, 3 semanas y 2 días, encontramos uno de los mejores ejemplos de hasta donde se puede arrinconar en la butaca a un espectador demasiado acostumbrado a la violencia audiovisual, sin la necesidad de hurgar edulcoradamente en sus sentimientos ni de herir de manera premeditada su sensibilidad, con la única finalidad de llamar la atención fácilmente a modo de reclamo.

La película es franca de principio a fin. Se nos presenta una situación incómoda desde el mismo inicio: la necesidad de deshacerse de un embarazo de una joven, Otilia, estudiante en la restrictiva Rumania de Ceaucescu, en la que la práctica del aborto era ilegal. Lo sencillo hubiera sido centrarse en ese personaje, en su sufrimiento como mujer para pasar semejante trámite, en las dificultades a superar de tener que realizarlo a escondidas y sin prácticamente ayuda. Sin embargo, el punto de vista de esta película es uno de sus mayores aciertos y toda una declaración de principios por parte de su director. El espectador vive la historia a través de los ojos de Gabita, la mejor amiga de Otilia, personaje al que de manera soberbia da vida Ana María Marinca. Sufre pues en todo momento con cada uno de los sostenidos, agobiantes y en según que ocasiones claustrofóbicos planos secuencia con cámara al hombro que acompañan a Gabita en su viaje de ayuda a Otilia. Se retuerce en su butaca con el buen uso de todos los silencios incómodos que están obligadas a compartir las dos amigas, acompañados de la ausencia total de música en todo el metraje. Y sobre todo desea, en una terrible contradicción dentro de su condición como espectador, que llegue el final, para que se enciendan de nuevo las luces de la sala y recuerde entonces que tan sólo se trataba de una película. Todas estas emociones son las que propone de manera magistral, una de las obras más sólidas del pasado año, tan comprometida en su historia, como demoledora en su conjunto.

No son pues fruto de la casualidad los numerosos premios que ha recibido durante el pasado 2007, incluyendo la Palma de Oro en Cannes, sino un merecido reconocimiento a una película tan sumamente interesante, como poco atractiva desde el punto de vista comercial para el gran público. Sin duda alguna esta es la peor parte, que no todos llegarán a ver semejante obra.

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