La película es franca de principio a fin. Se nos presenta una situación incómoda desde el mismo inicio: la necesidad de deshacerse de un embarazo de una joven, Otilia, estudiante en la restrictiva Rumania de Ceaucescu, en la que la práctica del aborto era ilegal. Lo sencillo hubiera sido centrarse en ese personaje, en su sufrimiento como mujer para pasar semejante trámite, en las dificultades a superar de tener que realizarlo a escondidas y sin prácticamente ayuda. Sin embargo, el punto de vista de esta película es uno de sus mayores aciertos y toda una declaración de principios por parte de su director. El espectador vive la historia a través de los ojos de Gabita, la mejor amiga de Otilia, personaje al que de manera soberbia da vida Ana María Marinca. Sufre pues en todo momento con cada uno de los sostenidos, agobiantes y en según que ocasiones claustrofóbicos planos secuencia con cámara al hombro que acompañan a Gabita en su viaje de ayuda a Otilia. Se retuerce en su butaca con el buen uso de todos los silencios incómodos que están obligadas a compartir las dos amigas, acompañados de la ausencia total de música en todo el metraje. Y sobre todo desea, en una terrible contradicción dentro de su condición como espectador, que llegue el final, para que se enciendan de nuevo las luces de la sala y recuerde entonces que tan sólo se trataba de una película. Todas estas emociones son las que propone de manera magistral, una de las obras más sólidas del pasado año, tan comprometida en su historia, como demoledora en su conjunto.
No son pues fruto de la casualidad los numerosos premios que ha recibido durante el pasado 2007, incluyendo la Palma de Oro en Cannes, sino un merecido reconocimiento a una película tan sumamente interesante, como poco atractiva desde el punto de vista comercial para el gran público. Sin duda alguna esta es la peor parte, que no todos llegarán a ver semejante obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario