“Podemos vivir sin cine, pero no soñaríamos igual sin él”.
El documental proyectado ayer, muestra mucho respeto y sobre todo, mucha admiración. Muestra confianza - puesto que se nota que la perspectiva del mismo es de una buena amiga de Alberto- y también nitidez. Quizá no veamos a Alberto de forma nítida, pues todas sus intervenciones son parten de una entrevista realizada por Vicky Calavia antes de su muerte, grabada por Javier Estella y José Manuel Fandós posteriormente para el documental, bien en las butacas de un cine, bien sobre las inmensas colecciones de libros que Alberto poseía. Sin embargo, en el documental sobra nitidez en cada una de sus declaraciones. Más allá de que pueda servir para acercarnos a esta figura clave, coleccionista, amable con los demás y un verdadero erudito cinematográfico, sirve también para acercarnos una pasión inexplicable que normalmente une a todos aquellos que aman el cine. Una pasión que por supuesto, traspasa la propia pantalla de sombras, y se filtra en cada una de las palabras que Alberto, de forma póstuma, transmite a través del documental. En una de sus intervenciones, Alberto declara que se puede vivir sin cine, pero no soñar sin él. Al menos, no soñar como soñamos en este siglo y en el pasado S.XX. Esta clarificadora intervención, más propia de un físico, de un científico, o de un psicólogo, parte de una vida en constante relación con el cine, que resumida en una hora de documental, parece quedarse incluso corta. Pues se podría escribir y hablar mucho, sobre la relación que existe entre los sueños y el cine.
En su claridad de ideas, a lo largo del documental Alberto afirma que no existe el cine aragonés, sino cierto cine que se hace en Aragón, pero sin características comunes (algo que comparto plenamente). Algunos de sus amigos, como Pedro Aguaviva o Pepe Laporta, van moldeando a través de sus declaraciones la figura (y personaje) de una persona que a priori se muestra tímida y recelosa con su intimidad. Los mismos, que en tiempos pasados, dinamizaban las proyecciones en Aragón, escribían críticas sobre las películas que veían, e intentaban mostrar su pasión por el cine como creadores a través de sus propias obras cinematográficas. Los mismos, a los que hoy en día, resulta fundamental escuchar y atender, porque son ellos, los que resumen el verdadero espíritu de lo que significa amar el cine.
Hoy resulta fácil acceder al cine, y por supuesto, resulta mucho más fácil verlo. Cualquier película está al alcance de nosotros, a tan sólo un clic de nuestro ratón de ordenador. No hace tantos años, para muchos espectadores y cinéfilos, poder acercarse a determinadas películas, dependía de personas tan entregadas como Alberto. Personas, que por su ansia de seguir haciendo, y sobre todo, de hacer por los demás (como bien se explica en el documental), eran capaces de organizar desde una cena para los amigos hasta una proyección con posterior tertulia. Ese cine pasado, el del celuloide y la máquina de montar, el del carboncillo y el olor a emulsión, el cine que exigía cambiar el rollo manualmente, es precisamente, el cine que queda perfectamente reflejado en este documental. La figura de Alberto Sánchez, y su retrato en este documental, trascienden a lo meramente personal, para convertirse en algo universal. El documental nos habla también de un cine que poco a poco va muriendo, una generación que con el paso del tiempo nos va dejando, y sin duda alguna, de una pasión incomprensible e irracional, que muchos compartimos, y que por supuesto, genera grandes amistades. Todo eso está recogido a través de este documental, y todo está reflejado con sinceridad y emotividad. Ojalá tengan la oportunidad de verlo proyectado en algún momento. Gracias a los dos, Alberto y Vicky, por vuestra dedicación al cine aragonés. Aunque desgraciadamante, este no exista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario