Un sábado por la noche en Madrid te ofrece múltiples y suculentos planes. Uno es salir por alguna de las múltiples zonas de marcha: Malasaña, Tribunal, La Latina y sucedáneas. Otro es quedarse en casa a disfrutar del partido de liga (en este caso también del Eurobasket). Una última posibilidad es ver una película con un amigo. Una al azar de las casi 1000 películas que este amigo conserva en varios estuches debidamente clasificados. Bien: cualquiera de ellas, supone crear expectativas en torno a un momento de ocio. Si las expectativas se cumplen a uno le embarga una extraña sensación que asociamos a felicidad. Si no...uno no sabe muy bien como sentirse. ¿Decepcionado? ¿A medias? Simplemente ¿engañado? Sigamos entonces, en esta pequeña reflexión que huye de ser una crítica cinematográfica y que no debería interpretarse como tal.
Continuamente en el ámbito académico se insiste en lo de "crear espectativas que luego puedan ser resueltas". Es algo que en narrativa audiovisual te repiten hasta la saciedad. Hay que conseguir involucrar al espectador en tu historia. Crearle una expectativa, para más adelante resolverla (para bien o para mal) en un clímax, que normalmente suele caer al final del tercer acto, también llamado desenlace. Otra de las cosas que no dejan de repetirte, es que hay que "crearle trabas al protagonista". Hay que obstaculizarlo, tirarle piedras, atropellarle, lanzarle por un precipio, enfrentarlo a sus fobias, quitarle a la chica de la que se ha enamorado, matar alguno de su familiares, o simplemente pegarle una brutal paliza, para dejarlo sangrando, casi medio muerto en su propia comisaría a los pies de su bella mujer desconsolada, mientras el resto de un pueblo no hace absolutamente nada para evistarlo. Precisamente esto último es lo que sucede, en La jauría humana de Arthur Penn, la película que estra noche decidimos ver entre las 1000 que nos esperaban en los estuches.
¿Pero que tiene que ver esto con el tema de las expectativas? Pues que precisamente, La jauría humana no cumple ninguna de las expectativas que como espectadores estamos deseando. Al menos, ninguna que durante su visionado a mí se me habían creado. En primer lugar, nuestro anti-héroe, Buuber Reeves (Robert Redford) -recomiendo no seguir leyendo si no se ha visto la película - acaba, como previsiblemente se presupone que va a acabar. Muerto a tiros a mano de la gente que tanto le odia, que tanto le teme. Su historia de amor con su mujer Ana (Jane Fonda), la cual está liada con el hijo del mayor terrateniente del pueblo, se ve imposibilitada completamente. Por otra parte, nuestro héroe, Marlon Brando, un policía que intenta aplicar la ley en un lugar lleno de desorden que mucho recuerda al lejano western de John Ford, acaba brutalmente apalizado, en la que para mí es la secuencia más desgarradora del film. Tras esa paliza, yo como espectador, me implico emocionalmente con este personaje. Vamos, creo que apalear a un tipo que lucha por mantener el orden en un lugar que es practicamente imposible es un seguro de vida para implicar a un espectador con el héroe. Y yo como espectador, espero algo durante la media hora que resta antes de que acabe la película. No espero la venganza de la novia de Kill Bill, o que encierre durante 7 años en un zulo a los tres patanes que le han propinado la paliza, tal como hacen con Oda e Su en Old Boy, pero sí espero cierto venganza. Porque se ha creado una expectativa en mí que deseo sea resuelta.
Por si fuera poco a Robert Redford, ante la jauría humana que se le viene encima le veo totalmente desvalido, por lo que también me implico con este personaje. Y al fin Arthur Penn, decide colocar en el agua, con llamas de fondo, el uno protegiendo con la pistola al otro, lo que para mi, a esas alturas de film, ya son dos héroes que luchan juntos por una causa: intentar sobrevivir.
Pues bien, en apenas cuatro minutos, en un totalmente anticlimático final, Bubber Reeves muere tiroteado en la puerta de la comisaría (por si alguien quiere buscar simbología) y nuestro héroe Marlon Brando, apaleado, desfigurado, cansado y ensangrentado, tan sólo le da un par de golpes al tipo que se ha cargado a Bubber. Funde a negro, vuelve a abrir, Marlon Brando se va en coche con su mujer y finalmente aparece el terrateniente diciendo que su hijo a muerto (el que estaba liado con Jane Fonda, la mujer de Bubber, que previamente había sufrido un accidente). Aparecen los créditos y yo me digo...¿eso es todo? O incluso ¿eso es todo amigos? Porque a esas alturas, considero ya a Marlon Brando mi amigo después detodo lo que ha sufrido el pobre.
Pues sí, eso es todo. Y sucede que yo no veo resueltas mis expectativas. No sólo las que me había podido crear antes de ver la película, sino las que me había creado mientras veía la película, porque veo que nuestro héroe, es un calzonazos, que acaba derrotado, en un final melodramático, y que huye con el rabito entre las piernas (todo un Marlon Brando señores). Quizá sea por eso, que adoro una película como Perros de Paja, no muy lejana en su planteamiento a ésta, en la que Peckimpack me da más dosis de la que necesito de venganza y acaba por saciar mis espectativas tras identificarme debidamente con Dustin Hoffman. Y por la que no creo que recuerde durante mucho tiempo La jauría humana, que por otra parte me parece que aplica y saca partido al lenguaje audiovisual modernista heredado de la nouvelle vague de la mejor manera posible.
Será que los profesores de narrativa tenían parte de razón y que cumplir las expectativas no lo supone todo en una película pero ayuda a que tras el final uno no se sienta engañado o traicionado como espectador. Algo que con el tiempo me voy dando cuenta, puede suceder hasta en las mejores películas como es el caso.